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lunes, 26 de febrero de 2018

Mi [mala] experiencia con la universidad || Solo necesitaba desahogarme.


El lunes 19 de febrero inicié el séptimo semestre de mi carrera. Una carrera que dura diez semestres. Una carrera que odio.

Es un número importante. Es el 70%, son años dedicados, esfuerzos… lágrimas. Prácticamente estoy en la recta final y a pesar de eso no he logrado tomarle cariño de ninguna forma. Eso es algo que me afecta mucho, especialmente ahora que todo el mundo está a la expectativa porque ya no falta casi nada para el título… es el sueño de todo el mundo, sueño que no comparto. Sueño por el que me siento incapaz de abandonar el barco que está a punto de llegar a la orilla, pero que mientras está en alta mar parece alejarse más y más de ella.

No sé de qué forma encaminar este post, porque nunca había intentado usar una entrada de mi blog para desahogarme y hablar de un tema más personal, pero después de todo, ese era uno de los propósitos de este espacio y voy a intentarlo.

Así que, hola... Tengo diecinueve años, estoy en cuarto año de ingeniería de sistemas y soy infeliz.

Elegí esta carrera porque no sabía qué estudiar, y en el último año de la secundaria el “es que todavía no lo sé” no es una opción. Las personas están esperando que les des respuestas, que parezcas segura de las decisiones importantes en tu vida. Yo estaba aterrada. No sabía qué me gustaba, no tenía ninguna clase de pasión o algo que hiciera que mi corazón acelerase su ritmo emocionado como todos decían que debía pasar. Nada. Y en el colegio nos hablaban de la vocación y de cómo todos teníamos algo para lo que éramos buenos, algo que sería nuestro propósito de vida, y yo no era capaz de encontrar el mío en ninguna parte.

Siempre he estado bastante obsesionada con el tiempo, y la opción de un año sabático nunca estuvo en mi lista. No podía perder un año. Y todo el mundo lucía tan convencido de lo que quería hacer, tan emocionados… yo no, y me frustraba, me frustraba mucho sentir que no sabía hacia donde ir. Siempre tuve calificaciones excelentes, y aquí he de confesar algo: Siempre estaba preocupada por tener los mejores promedios en todo porque sentía que era lo único que me hacía especial. No soy bonita, no soy interesante, ni divertida. Tenía que tener algo. Entonces, a raíz de esto, mis compañeros solían decir que me costaba elegir una carrera porque yo era buena para todo, y sabía que todo se me daría fácil. Eso no era cierto, aunque siempre estaré agradecida con todos ellos, porque puedo asegurar que siempre tuvieron más fe en mí que yo misma. Todo el tiempo me daban ánimos y me halagaban por ser “tan inteligente”, y eso me ponía mucha presión, pero también me motivaba. Por eso, tampoco se me pasaba por la mente dejar pasar un año, ¿cómo iba a decepcionarlos de esa forma? Me parecía impensable.

Un día decidí retomar una vieja idea que había pasado por mi mente cuando iniciaba la secundaria: Iba a estudiar ingeniería de sistemas. Me gustaban las computadoras y las redes sociales me parecían uno de los mejores inventos del mundo. Yo quería hacer algo como eso, crear algo como eso. Eso fue lo que le decía a todos aquellos que preguntaban el por qué. Eso fue lo que me repetí día y noche para creérmelo. Pero eso tampoco era cierto.

Sin embargo, ahora las personas parecían aliviadas. “Ella luce segura”, “Es una carrera que te sienta bien”, “Sos tan inteligente que todas esas matemáticas no van a poder con vos”. Y en medio de toda esa gente satisfecha y emocionada, me atreví a revelar una de las muchas inseguridades que me quitaban el sueño por la noche: ¿Qué tal que a mitad de camino la carrera deja de gustarme? No quiero cambiarme, no quiero perder el tiempo. Las respuestas siempre eran similares, paráfrasis una de la otra: “Sos vos, eso no va a pasar”. Juro que a veces moría de ganas de escuchar que estaba bien si cometía errores, que no pasaba nada si las cosas no salían como el plan A. Pero nadie me lo dijo. Y yo nunca he sido capaz de perdonarme mis errores tampoco, así que todo se resumía a un: Si te deja de gustar, te aguantas y te quedas para terminarlo.

Cuando empecé primer año, sin embargo, el primer semestre me fue muy bien. Buen promedio, excelentes notas, incluso la parte de interactuar con las personas no se me estaba dando tan mal. Entonces pensé: Bueno, igual y no es tan malo. Pero en el segundo semestre me encontré con mis primeros obstáculos. Dos clases que se metieron en mi camino (una de la línea de informática y una de la línea de administración) y me hicieron sufrir, clases por las que tuve que hacer exámenes extraordinarios. Estaba devastada. Nunca en mi vida había reprobado una clase, mi promedio siempre estaba entre 90-100 y de pronto, ver cómo lo único que yo hacía bien me estaba saliendo mal, me hacía sufrir de una forma horrible. Al final, aprobé esos exámenes extraordinarios, no me atrasé, no tuve que repetir esas clases. Pero la espinita ya estaba allí. Ya me sentía decepcionada. Y era horrible, porque de las seis clases que llevaba, esas eran las únicas clases bajas, las demás seguían manteniendo el nivel, y por más que quería no podía enfocarme en ellas que eran lo bueno, yo seguía visualizando lo malo. Y les creé cierto tema a estas clases, y desde entonces las odié y nunca jamás en la vida me van a gustar. Ese fue mi primer error.

El 2016, empecé segundo año de carrera —mi tercer y cuarto semestre—, fue un año muy duro para mí. Fue un año en el que la pasé muy mal en casi todos los aspectos de mi vida, y fue cuando empezó el inicio del fin. Fue un año en el que de siete días a la semana lloraba seis, fue un año en el que me sentía tan fuera de lugar en todos lados que no sabía qué hacer para cambiarlo. Ha sido el segundo peor año de mi vida. En esa época, también pude ponerle nombre por primera vez a algo que me había afectado toda la vida, algo por lo que siempre me había juzgado muy duramente a mí misma porque pensaba que nada más era cosa mía y que no era normal: Tengo ansiedad social. Y nunca en la vida se lo había dicho a nadie, y nadie que no fuera mi mamá lo sabía, así que… bueno, ni siquiera sé qué sentir al exponerme así. Probablemente acabe tan asustada de publicar esto que lo deje en borradores, pero de momento me está ayudando a desahogarme. Voy a intentar concentrarme en eso.

Ese año lo empecé asustada. Aquellas dos clases me habían hecho tener tanto miedo de fallar que las siguientes me hacían preguntarme si podría con ellas. Pero todo estaba mal, así que me sentía desmotivada y ni siquiera practicaba. Me limitaba a decir que no podía, que no era lo mío y a pasarlo mal cada vez que me daba cuenta de que mi nota no iba a ser buena. Me despertaba llorando, me iba a dormir llorando y solía decirle a mi mamá que me sentía muy mal en la universidad y que ya no quería volver. En clase, sin embargo, me preocupaba demasiado por ocultarlo. Me comportaba lo más normal que podía y trataba de que todo el mundo me viese reír y “feliz”, es algo que todavía hago… porque desde entonces no he vuelto a sentirme bien en ese lugar jamás. Y seguía pasando lo mismo, todas las clases bien, pero esa —la de informática— mal. Y otra vez, examen extraordinario de esa clase. Esa maldita rama que odio con mi vida. Lo cual es irónico porque es uno de los dos pilares de la carrera.

El segundo semestre en el 2016 fue peor. Esta vez, acabé en una clase donde no tenía idea de por qué me equivocaba. Siempre se me han dado bien las matemáticas y ni siquiera en la universidad habían sido un problema, pero esta materia de pronto estaba dándome dolores de cabeza y no sabía por qué. Yo estaba segura de que lo entendía, practicaba y comprobaba y todo estaba bien. Pero en el examen, me salía mal. Y ni siquiera estaba segura de por qué estaba mal, simplemente el profesor decía que así era. Así que tuve que hacer examen extraordinario de esta también, además de la de informática de ese semestre (a las que ya he dejado establecido de que, a pesar de que sé que se me dan mal, evito practicar a toda costa. Y acepto mi culpa en esto). Pero no aprobé ese examen, tampoco lo vi nunca así que no sé en qué fallé. Pero recuerdo que me fui con ganas de llorar todo el trayecto hasta mi casa (que es aproximadamente hora y media) y al llegar fue lo primero que hice. Me sentí tan mal, que decidí no presentarme al extraordinario de la clase de informática. No me sentía lo suficientemente fuerte para enfrentarme a eso. Quería salir de allí lo más pronto posible. Y de nuevo, eran sólo dos clases, dos de las seis. Pero esas eran las que se metían bajo mi piel, las que no me dejaban dormir. Las otras estaban bien, es cierto… pero no era suficiente. Desde que estoy en la universidad NUNCA soy suficiente.

Este era otro nivel, porque no sólo me había ido a examen extraordinario, sino que tampoco lo había aprobado. Era la primera vez en toda mi vida que reprobaba, y eso significaba también que perdía automáticamente mi beca. (La beca es una ayuda monetaria mensual que me dan a cambio de mantener cierto promedio. A pesar de todas las clases que me costaba aprobar y que lo hacía a duras penas, seguía manteniendo el promedio porque las demás procuraba sacarlas altas para compensar, pero al momento de reprobar obviamente pierdo ese derecho). Estudio en una universidad pública, así que la beca no es tan necesaria ni importante. Pero era un incentivo que estaba perdiendo. Es decir, me pagaban por estudiar, al menos tenía eso, y de repente ya no.

Pero, a pesar de que eran cosas que me estaban haciendo mucho daño, mi vida ya estaba lo suficientemente mal en todos los otros aspectos. Y no me quedaban fuerzas, así que llevé ambos cursos en verano para no atrasarme —perdiéndome las vacaciones que en serio necesitaba—, y me nivelé, además de que ambos cursos los aprobé con muy buenas calificaciones. Mi parte obsesiva con el tiempo estaba aliviada, no iba a atrasarme y ya no tenía que preocuparme por esas clases de nuevo.

Durante 2016, mis padres también me dieron la opción de cambiarme de carrera. De buscar algo que me gustara. Pero estaba demasiado asustada, tanto por el cambio como por el tiempo, que decliné la oferta. Todavía estoy molesta con mi yo de esa época por eso.

2017 fue un año de relativa paz. El primer semestre fue estresante, pero todo salió tal y como quería. A excepción de la clase de informática de ese período a la que obviamente fui a extraordinario. Recuperé mi beca, mi promedio e incluso mis relaciones personales estaban empezando a estabilizarse otra vez. En el segundo semestre me fue mil veces mejor. NINGÚN extraordinario, ni siquiera de la clase de informática de ese semestre. Todas notas que me hacían sentir satisfecha conmigo misma. Todo exactamente como quería. No fue un año más feliz, fue un año menos triste.

Ese año también, me planteé por primera vez en serio, cambiarme de carrera, porque a pesar de que me estaba yendo mejor, seguía sin sentirme bien. Investigué universidades, carreras, trámites necesarios, todo. Pero al final me acobardé.

Y heme aquí, en 2018. Escribiendo esto con sólo una semana de clases, después de las vacaciones que tanto anhelé en las que pude desconectarme de todo lo que estuviera directamente relacionado con la universidad: actividades, personas, temas… durante mes y medio, actué como si ese lugar y esas personas no existiesen. Durante mes y medio finalmente fui feliz. Y ahora heme aquí, escribiendo esto porque esta semana me recordó lo profundamente triste que me siento en ese lugar. Porque he llorado cada día de esta semana y porque me siento triste cada vez que abro los ojos en la mañana. Porque todo ha vuelto a estar mal en una sola asquerosa semana. Porque me he sentido más sola de lo que me he sentido nunca. Porque quiero que todo se acabe ya. Porque odio con toda mi alma actuar allí como que no pasa nada, y reírme e interactuar con personas que me duelen. Porque ya no sé cómo encajar, porque ya no puedo ni siquiera contener las lágrimas durante una clase y porque ya ni siquiera me siento cómoda caminando allí. Porque estoy tan desmotivada que hay muchas clases en las que he estado por estar, clases que me preocupan pero que no puedo hacer nada para enfocarme en ellas y olvidar lo demás. Porque ya no sé qué hacer. Ni a quién decirle.

Mis relaciones personales tampoco están bien, ninguna. Ni las que están adentro ni las que están afuera. Pero no quiero hablar de eso, siento que eso es mucho más personal y no estoy lista. Pero cada día siento que nadie me entiende, que empiezo a ser un estorbo, que deben creer que hago todo esto a propósito y que soy una persona desagradable. Pero mi ansiedad no me deja y realmente está matándome. Quiero… pero no puedo, lo siento mucho de verdad.

Me siento muy mal. Y no sé cómo cambiar eso, no sé si voy a poder sobrevivir. E incluso mis padres suelen decir que está bien si pierdo una clase, que es algo que pasa en la universidad todo el tiempo, que no tengo por qué sentir que corro detrás de eso, que me lo tome con calma. Pero tampoco puedo hacer eso. Es como si yo misma no pudiese hacerme bien, como si me auto saboteara. Quiero que esto acabe ya. He aprobado todas las clases hasta ahora, no debo ninguna, no arrastro ninguna... ¿entonces por qué sigo sintiéndome tan asustada? Me da miedo fallar, especialmente ahora que estoy tan cerca del final y un paso en falso puede alejarme de él. Pero no siento que me queden energías para enfrentarlo. Especialmente porque mi ansiedad me ha estado jugando en contra todos estos años y empeora con el tiempo. Estoy asustada, y triste y me siento muy mal.

No sé qué hacer.



Update: Al final he dejado esta entrada programada porque si no, no me hubiese atrevido a publicarla. Ahora mismo probablemente estoy en clase y eso evitará que piense en este post siendo publicado y me entre ansiedad. Me siento muy vulnerable y expuesta... pero también me siento un poco aliviada. Necesitaba decirlo, necesitaba sacarlo. Pero también me da mucha vergüenza y me va a tomar toda mi fuerza de voluntad no eliminarla.