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sábado, 14 de abril de 2018

Pensamientos del 10 de abril del 2018.

Hay días duros. Días en los que despertarse es probablemente el peor de los castigos imaginados. Días en los que suena bien la idea de hacerse bolita en la cama y esconderse bajo un montón de sábanas para poder llorar hasta que la última de tus lágrimas se lleve consigo cada milímetro de dolor que inunda tu pecho y no te deja respirar.

Hay días donde ver atrás es igual a cortarse con un cuchillo y dejar la piel en carne viva. Donde los recuerdos pesan, donde las acciones que deberías olvidar perduran. 

Hay días como hoy, en los que desearía morir.

No entiendo cómo es posible que en veinticuatro horas quepan tantas heridas. Por qué el tiempo se pasa tan lento cuando tu corazón se hace pedacitos, y pretende volar cuando eres feliz. Estoy harta de la tranquilidad momentánea, de la alegría efímera. De que los momentos buenos parezcan arena y se filtren entre mis dedos. Ya no puedo más.

Y repetir eso todo los días no lo hace mejor. Es cierto, sigo aquí. Ya no podía más pero lo hice. Un segundo más, una hora, un día… tic tac y avanzo. Pero no puedo. No más. No tiene sentido caminar viendo hacia el frente cuando en el interior todo se está desmoronando. Cuando me siento tan frágil que al menor toque podría romperme. No es justo para mi alma estar tan herida.

No merezco tener que ocultarlo todo el tiempo. Porque hay días en los que no tengo ganas de hacerlo, y al final acabo actuando contra mi voluntad. Porque el no dejar entrar a nadie, y construir muros parece siempre la mejor opción. Y ha llegado un punto en el que ya no sé hacer otra cosa.